Esta es, sobre todo una película valiente. Valiente y necesaria. Pocos se atreven a meterse en un berenjenal cómo este (intentar hacer un psicoanálisis circunstancial a un kamikaze palestino)y, sobre todo, muchos pocos menos salen bien parados.
Porque, en el fondo, también es una buena película. Más allá del morbo del tema (peculiar y peliguado de por sí) existe un preciso análisis de la personalidad humana en situaciones extremas, pretendiendo dar un porqué que busca con ganas. Si lo consigue o no, ya es cosa de cada cual, pero lo que nadie puede negar es que un respeto se le debe tener por lo arriesgado de la propuesta.
Y lo más gracioso del asunto es que es de coproducción israelí (por favor, no demonicemos a TODA la población por un gran error general. Siempre hay gente que mantiene la razón)y que triunfó a nivel internacional (con multitud de premios), lo cual indica que aún a un nivel mínimo y de corte más bien intelectual, el conflicto israelí-palestino despierta cierto interés, cuestión innegablemente necesaria para una solución que se promete imposible. Si este interés es simplemente de anécdota o como limpia-conciencias occidentales, tampoco es una cuestión en la que entremos en esta entrada, al fin y al cabo hablamos de cine, no de política (que oye, tampoco estaría mal).
Como ya habrán supuesto, esta obra supera el concepto de película para convertirse en testimonio y objeto de alto interés actual.
Pero como película:
Se merece un 8
(Pongánle un ojo al final, digno de antología del mejor cine)
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