"A los caballos los matan, ¿no?"
En Estados Unidos, en plena depresión, no hay oportunidades ni futuro para nadie que no naciera privilegiado. En tal época sitúa Pollack su película más dura, una suerte de relato simbolista de gran fuerza y tremendo pesimismo, con un final trágico digno de las mejores antologías de cine clásico. Tomando como partida un miserable concurso para desheredados, consistente en bailar y bailar y bailar hasta que el cuerpo aguante, mientras un público de ricachones aburrido les observa con sorna y les lanza céntimos por sus monadas. Solo puede ganar uno, el último que quede en pie.
Con este punto de partida que tanto juego da, el maravilloso guión traza un retrato coral de deshauciados, de almas perdidas, que tienen como última esperanza la victoria en este concurso. Poco a poco, y sin concesiones, mientras las horas, los días e incluso las semanas avanzan, vemos como se van degradando hasta puntos terribles, con un tratamiento realmente realista y bastante feísta del alma humana, dejando facilmente a relucir lo peor de cada cual.
Los personajes principales son (siguiendo la metáfora de la película) como dos caballos descarriados que no acaban de aceptar entrar en el espectáculo denigrante que la sociedad les ofrece para ganar el pan de cada día y, como el título en inglés adelanta (la frase que he puesto al comienzo, vamos), el final es tan necesario como trágico.
Desde luego, una película que parece sacada del mejor existencialismo.
Sí, va a ser otra de OBRA MAESTRA
Tengo que reconocer que me costó llegar hasta el final de la película sin pararme a tomar aire, hay momentos en los que llega a ser realmente repugnante. El final sin duda no podía ser otro...
ResponderEliminarA pesar de todo, una obra obra maestra.