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lunes, 30 de noviembre de 2009

Libros: "La muerte en Venecia" (1912) Thomas Mann


“Y como, tantas otras veces, se dispuso a seguirle”

Pocas veces he leído una novelica tan corta, de apenas unas 160 páginas (una minucia vamos, una risa), que da para tanto. Vamos, se podrían hacer cátedras, discursos, debates sobre ella y sería un no parar que nos no llevaría a ningun lado.

El planteamiento es sencillo: un maduro escritor, ya en la “recta final” de su vida, con el paraíso académico ganado y el aplauso de su gente más que merecido, se encuentra a sí mismo totalmente reseco, sin inspiración. Para intentar solucionar esto, decide ponerse en marcha, a viajar a una de sus ciudades favoritas que no es otra que Venecia. Al llegar allí, y alojarse en un lujoso hotel (por supuesto, todo muy burgués y muy bien preparado) el panorama que se le presenta es de todo menos alentador. La ciudad se halla al borde de una gran epidemia (de ahí el título) e inmersa en una grisacea existencia de mal olor, muerte y calles desiertas. En su gran castillo de oro, luchan por ocultarle esta realidad, faltaría más, no vayan a perder a su adinerada clientela. Pero él, siente la necesidad de enfrentarse a la realidad, de conocer la verdad ocultada. Aparte de este tremendo marco, aparece un elemento descandenante y turbador, un bello muchacho que capta su atención desde el primer momento, y que le empuja a una pasión suicida que sus anticuados principios no pueden permitir.

De todo su complejo simbolismo podemos sacar dos elementos fundamentales, que llevan el peso de la novela: la Venecia decadente y el amor prohibido, pedófilo y, al fin y al cabo, gayer. Estas dos disonancias chocan cruelmente con la mente amueblada del protagonista, arrastrándolo
en una vorágine que, por supuesto, tendrá resultados trágicos. El enfrentamiento con la realidad, con ese lado “oscuro” que intentó negar durante toda la vida no puede traer nada bueno.
Al fin y al cabo, esta lucha entre buscar el escondite en la torre de marfil o intentar llegar hasta el final de todos los planteamientos es algo relativamente común en los autores de principio de siglo, que tan pronto se desencantaron (y desencantarían aún más) del mundo en general con la crueldad, violencia y muerte que asolaría Europa a principios del siglo pasado. Era una época de inmoralismo, de destrucción y de violencia, y todos se intentaban aferrar a algo, a lo que fuera. Era la época, al fin y al cabo, en la que la sociedad se miró al fin al espejo sin ninguna máscara y desde luego, no le gustó lo que vió.
Thomas Mann quizás fue de los autores que mejor recogió está caída a los infiernos, dotándola de una fuerza y una capacidad poética y evocadora que solo un buen alemán sería capaz. Las reflexiones racionalistas ya se las dejaría para sus amigos los gabachos, que tan bien las hacen.

Porsupuesto, este es un tema atemporal, tanto de manera personal como social

Por esto y por su belleza
Este libro se merece un 9

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