Vidas malditaseamente interesantes: Hoy Alfredo Graña

Andrómeda a los teclados.

Llega a esta sección la biografía de un verdadero backstreetboy gallego, Alfonso Graña, para más señas. Hijo de sastre -que no desastre-, desde la más tierna infancia pululaba por su pueblo y comarca magnetizando a las norteñas con sus trajes a medida y sus ojos azules; ya que ni Brummel ni Axe le hacían falta a este muchachote picaronzuelo para ser un auténtico hacha en las distancias cortas.

Allá por finales del siglo XIX, Alfi se vio obligado a dejar su terruño para cruzar el charco y posicionarse en las Américas . Primero a Brasil (donde se dice que causó sensación en Copacabana, llegando incluso a poner de moda la muiñeira en los sambódromos) y posteriormente a Perú, donde, tras varios devenires de la vida, acabó trabajando de cauchero (¿?).

Pero cómo todo el mundo sabe, en esa época sobrevino una terrible crisis en este sector. Millones de personas se quedaron sin trabajo (la Gran Depresión del Caucho, le llamaron), entre ellas nuestro héroe, que vió como de un día para otro estaba en la puta calle. O en la puta jungla, ya que ni corto ni perezoso, al no tener ni un euro en los bolsillos, decidió explorar la selva amazónica peruana (un sitio por lo general bastante peligroso, donde la gente cuerda no entra más que para echar un pis antes de volver escopetados a sus casas ante el riesgo de bichos, jíbaros reductores de cabeza y demás familia).

Pues si, estos tíos (en plural, porque se hizo acompañar de un amigo) pasaron de recomendaciones, consejos y lloros, y se metieron en todo lo hondo. Por supuesto, el compañero de fatigas de Alfonso fue decapitado en cero coma por los bravos indios de la zona. Qué tragedia. Y la cosa también pintaba negra para Graña. El cuchillo ya rozaba su fino cogote, la frente ya estaba perlada de sudor, los tambores retumbaban... cuando de pronto, en el último instante, y tras cruzar un breve instante su mirada galaica con la de la hija del rey; esta muchacha cae rendida ante su famoso sex-appeal y se le perdona la vida.

El resto de la historia ya os la imagináis; el galán da un braguetazo que ni la Letizia, y se acaba coronando como Alfonso I Rey de la Amazonía.

Si es que querer es poder, y viceversa.