No juega a mentiras el título. Esta antología funciona como guía para intentar entender el cerebro de Paco Alcázar (que por cierto formó parte de Humbert Humbert), uno de los cerebros más interesantes y complejos que se dedica al cómic en España.
A lo largo de los tres capítulos ('Todo está perdido', 'Mecanismo blanco' y 'Bolsas de basura perfumada') se traza un recorrido por la evolución en la obra del autor. Humor fúnebre y surrealista, situaciones vacías que esconden sorpresa existencial en su interior, ácido que se desparrama por unos diálogos brillantísimos. La verdad es que su nihilismo fascina.
'Bolsas de basura perfumada' es una miscelánea de historietas cortas (genial 'Don Soponcio y la criatura del soponcio') aparecidas en diferentes revistas, todas unidas por el nexo de la marciana perspectiva de Alcázar, que machaca con dureza el cerebro.
En 'Mecanismo blanco' aparece el Dr. Lázaro, un neurocirujano demente que completa el sueldo repartiendo pizzas. Crítica social extrema y humor del horror en un catálogo de escenas delirantes y personajes que son (como todos los que aparecen en este libro) verdaderos hijos de puta.
El mejor Paco Alcázar aparece en 'Todo está perdido', una obra maestra. Detrás de la historia en forma de gags discontinuos protagonizados por una familia y su perro con una vagina parlante, sus vecinos y sus absurdas tribulaciones, tenemos un enfermizo manual de perversiones, escatología y depravación que llega a conseguir que al lector le moleste el estómago. El humor sobrevive a duras penas en unas páginas que se transforman en una visión apocalíptica de nuestra sociedad y que, observado el panorama, terminarán siendo proféticas.
Si Comet Gain transmite algo es
sinceridad. En sus discos no hay espacio para la impostura ni para la
persecución de una estética determinada. Andando el camino que
trazaron (cada uno desde sus coordenadas) grupos como The Replacements, Orange
Juice o The Fall, aquí sólo se permite la música, en una actitud
romántica a través de la que el pop destartalado, los insultos y la
inmediatez mutan en algo perenne.
'Howl of the lonely crowd' (2011) sigue
centímetro a centímetro la estética Comet Gain, con una puntería
que recuerda inevitablemente al 'Réalistes' (2002). Tras un arranque acelerado con melodías infalibles ('Clang of the concreted swans', 'The weekend dreams' y 'An arcade from the warm rain that falls' son tres
muestras del pop lo-fi que tan bien facturan los de Londres), llega 'She
had daydreams', un medio tiempo que funciona como transición antes de que vuelvan a sacar los dientes con otros tres cortes
rabiosos ('Working cicle explosive', 'Yoona Babies' y 'Herbert Hunke prt.
2') en los que se llega al clímax emocional del disco. Después, la
inevitable cuesta abajo emocional, en la que hay tiempo para
reivindicar el poder de la música ('The ecstatic library'), ponerse
melancólico ('After midnight, after its all gone wrong') o incluso
llorar por el amor perdido ('In a lonely place').
Acercándose al ciclo vital del festejo
alcohólico, el elepé recoge todo un manual de emociones etílicas, desde
el ligoteo nocturno hasta una rebelión honesta que plantea tomarse
unas cervezas y gritar que estamos hasta los huevos de casi todo.
A mí la esgrima no es que me haya hecho nunca mucha gracia, pero igual es que nunca he sabido verle la cara divertida, no como Jake Gyllenhall y su florete, que se lo pasan teta dándoles pasaporte a una tropa de modernos justo antes de ponerte a bailar a ritmo de cencerro y beats machacones. Time to dance!
A mediados de los noventa The Brian Jonestown Massacre y los Dandy Warhols iban a liderar una revolución, iban a crear algo grande y a dejar su poso en la historia del rock. Por supuesto, al final a los primeros les llegaron las drogas antes que la fama, y a los segundos los engulló el sistema que por el que pretendían no ser engullidos. Así son las cosas en el país del rock, un mundo retratado por Dig! desde el ojo del huracán.
Y es aquí donde Anton Newcombe se erige, sin discusión, como maestro de ceremonias de su propia huida hacia adelante. Pero el magnetismo del líder de BJM se muestra casi siempre bajo una cara incómoda, casi siempre proviniendo de todos esos demonios que lleva dentro y que vemos en la cinta: discusiones con su grupo y con el público; peleas en medio del escenario con sus propios compañeros de banda; su adicción a la heroína...su propia intransigencia hacia todo lo que cree incorrecto lo configura de una forma bestial y descarnada, al tiempo que lo empuja a rechazar contratos millonarios saboteando su propio barco.
Dig! también nos muestra la otra cara de la moneda, la de los Dandy Warhols, quienes deciden escuchar los cantos de sirena de la industria ganando un montón de dinero que los despojará del sentimiento de libertad, de control sobre su propia música, algo que BJM nunca se planteó poner en tela de juicio. Y esto les valdrá una enemistad, y les valdrá un gran documental, este.
De obligado visionado, pues además está íntegro en Youtube. No todos los días la historia del rock and roll se pone tan a tiro.
Este elepé termina de dibujar la
sólida progresión de un grupo que ocupa un nicho sonoro no
demasiado transitado en España. El rock americano, sabiamente
cruzado con el slowcore (Red House Painters se repite como un mantra
en todas sus reseñas), vuelve a ser la piedra angular bajo la que el grupo ofrecer un excelente trabajo, algo más
desnudo que 'Tú nunca moriras' (2009), pero con la misma carga
emotiva.
The Wedding Present / 'George Best' - 9,75
Los de Leeds se estrenaron en larga duración con un disco que está sin
duda entre las referencias imprescindible de los 80'. Aquí encontramos trazas de lo que se estaba cociendo por aquella época en
Reino Unido, desde Orange Juice a The Smiths, pasando por Aztec
Camera o incluso la energía de los Buzzcocks.
M. Ward / 'Transistor Radio' - 9,25
Junto con 'Post-War' o 'Hold time', 'Transistor Radio' es una de las mejores razones para encumbrar a M. Ward como como una de las voces claves de los últimos años. Aquí hay un discazo, una ensalada sonora en la que caben versiones de los Beach Boys o Bach, country, baladas, folk... Apasiona.
Sea Lions / 'Everything you always...' - 7,25
Talento al servicio de un noisepop
que bebe directamente de la vertiente más (agri)dulce del C86. Quizás sea algo irregular, pero la personalidad que impregna cada canción consigue diferenciarlos de otras nuevas propuestas semejantes.
Community es peculiar. Un poco como ese
futbolista que enamora a la afición con un talento distraído, esta
serie ha alternado momentos increíbles con otros normaluchos o
incluso malos (sobre todo en la primera mitad de la segunda temporada). Pero una vez que termina el capítulo de hace dos semanas (s03e14, 'Pillows and Blankets'), te das cuenta de que al final, con
lo que uno se queda de Community es que posee muchas de las escenas
más originales que se han visto en televisión en los últimos años.
Muchos detalles descacharrantes en los
que esta serie saca a relucir sus mejores virtudes que pasan por un
conocimiento exhaustivo de la cultura pop (pocos han jugado tan bien con las referencias culturales, el capítulo-homenaje a 'Mi cena con André' es impagable),
inteligente metahumor y una narrativa implacable que llega a explotar
al máximo las situaciones y personajes.
Mientras haya momentos tan elevados, ¿a
quién le importa media docena de capítulos grises por temporada?
Larga vida a Community.
Adelanto del nuevo elepé de los
Crocodiles, que vuelven en junio con ese rollo noise-pop molón que
ya desprendía el 'Summer hate' y 'Sleep forever'. No es la repera,
pero cumple objetivos.
Uno de los grupos más hypeados en este
2012 es Porcelain Raft. Con reminiscencias de M83 y
Washed Out y con un aire muy cool,lo tienen hecho para llegar a través de un primer disco
que, aunque algo irregular, tiene cortes interesantes como 'Unless
you speak from your heart', 'Picture' o este 'Drifting
in and out'.
Con 'Mr. M', Kurt Wagner ha vuelto a
demostrar que es uno de los grandes. Todo sigue igual de melancólico,
igual de bonito, en el mundo de Lambchop.
tUnE-yArDs sacó uno de los elepés más
interesantes del año pasado, con ese batiburrillo sonoro marca de la
casa que mezcla africanismo, tropicalismo y básicamente todo lo que
le venga por delante. 'Country' era uno de los temazos del 'whokill',
y ahora Merrill Garbus le ha sacado clip rodeada de infantes.
Con los años le he ido pillando el truco a los Afghan Whigs. Algo sencillo con temazos como este 'Debonair', uno de los hits de 'Gentlemen', elepé de madurez en el que terminaron de consolidar la mezcla entre rock y soul que define el sonido del grupo.
Después de tener el drama en el cuerpo por la posibilidad de que el Festival do Norte se fuese al garete por la falta de ayuda económica, cuando nos enteramos el mes pasado de su continuidad nuestros corazones en cierraelmaletero brincaron de alegría.
Hoy en la página del festival se han publicado (lo de arriba es una captura de su web) los horarios definitivos. Ha quedado todo bastante equilibrado, con tardes interesantes y noches que prometen diversión, como siempre en el FDN por otra parte.
Vale que el cartel podría ser diferente, pero dentro del contexto de crisis esta edición se entiende como una de supervivencia pura y dura. De esta forma, la estrategia (al igual que están haciendo otros festivales) de combinar grupos que aseguran asistencia con otros que mantienen la línea estilística de años anteriores promete ser efectiva. Si acaso se puede echar en falta algo más de presencia de grupos gallegos (sólo Disco Las Palmeras! y Dirty Socks) pero personalmente con plantar mi tienda dentro de dos semanas en Vilagarcía me doy con un canto en los dentadura. Y a pasarla bien, qué demonios.
Las corrientes musicales están atadas al paso del tiempo, la mezcla y la sociologización de su arte. Se sobrevive, con mejor o peor fortuna, entremezclándose, muriendo, renaciendo, apareciendo y desapareciendo sin que todo tenga demasiado sentido. El avance es la mezcla, mezclar y volver a mezclarlo todo, sean ritmos africanos, kraut, psicodelia o música de tuna. Ese nuestro “indie” quizás sea el paradigma, el efecto, o la causa de ello, ya que su misma razón de existencia es un gran nivel de indefinición y heterodoxia.
En el plano social del que hablaba, las modas (y con ella esa suerte de hiper-moda que es el indie) siempre tienen algo de problemático: convierten el escuchar música en algo social. Lo cual, en si, no es malo, obviamente, pero puede tener sus consecuencias para la percepción del arte en si. A nadie sorprende ni hoy ni nunca la existencia de "seguidores" que ni entienden, ni sienten, lo que escuchan. No nos engañemos: quizás en cierto grado una cosa quite la otra. Las modas convierten el conocimiento de la música en simbología distintiva de un grupo, con un sentido más sociológico que artístico. No es muy distinto que llevar una determinada ropa, o de un tatuaje: la base siempre es la misma, la diferencia entre el nosotros y el ellos. Los casos son un buen antídoto contra todo esto. ¿Qué son los casos? Los que sobreviven a los estilos y al tiempo. Son esas personas (o grupos, también) especiales, con su propia mitología alrededor. Te obligan o requieren mucho más, porque son humanos, con vicios y defectos, más reales y directos. En analogía chusca: un movimiento es el dios judeo-cristiano, tan lejano e idealizable, mientras que los casos son los dioses paganos, como los griegos, tan sentimentales y llenos de defectos.
Y tal cual, como en el Olimpo griego, los hay de todos los gustos y colores: diabólicos y primarios como Robert Johnson, urbanos y depresivos como Ian Curtis, psicodélicos y maníacos como Syd Barret, altivos e intelectuales como Bob Dylan… el santoral es ya rico y variado. En ellos, el arte y la vida, se entremezclan inseparablemente. De hecho algunos, como Janis Joplin, llegan a convertirse en tal aún sin haber lanzado al mundo más de un puñado de buenas canciones y muchas más bien mediocres. Pero eso no importa: en los casos la vida importa casi al mismo nivel del arte, cuando no más. Lo que siempre está es la conexión personal con el público.
Nick Drake es, efectivamente, un caso, pero de una manera discretita. Él era como el hermano pequeño y tímido de todos los arriba nombrados.
Nick Drake nació en una familia de clase media-alta inglesa, tuvo una infancia normal, y fue a la universidad a estudiar literatura inglesa, aunque la abandonó para dedicarse a su carrera musical. Su vida como músico fue corta y muy poco exitosa. Los tres discos que sacó en vida pasaron poco menos que desapercibidos, y si el contrato con Island Records duró hasta el 3º y último disco, fue por la buena fe de algunos ejecutivos. Tras grabar el tercer disco ('Pink Moon', 1972), con 24 años, dejó voluntariamente la música y se recluyó en casa de sus padres, donde aparecería muerto una mañana de 1974, con una sobredosis de antidepresivos.
Pasarían unos años, entrando ya en los 80, para que su figura se fuera haciendo más conocida, reputada y cool, para que muchos, muchos, artistas reputados lo nombraran entre sus influencias (desde Robert Smith hasta Elliott Smith), y se convirtiese casi en tradición hacerlo entre el mundillo alternativo (cosa que en cierto modo pervive). En el 2000, con un anuncio de coches que utilizó 'Pink Moon', Nick Drake llegó lo más cerca que estuvo de la fama popular, consolidándose como icono alternativo y, quizás, con ciertos visos de llegar al gran público. Desde luego, su halo de héroe romántico ayuda a todo esto. Era tímido, culto, depresivo, con insomnio, murió joven y hacía música delicada y retraída. Todo un caramelito. Pero desde luego hay algo más, que aún se nota hoy día, al poner alguno de sus discos.
'Pink Moon' es el que nos ocupa hoy. Un elepé de 28 minutos y 11 canciones, y grabado solo con guitarra (y un minimalista piano en la canción homónima) en dos noches seguidas. Es un disco que a la primera escucha puede no sorprender demasiado, por resultar “agradable”, lo cuál puede facilitar la pereza de oído. Apariencias, ya que necesita esfuerzo. El disco arranca con 'Pink Moon', muy evocadora y ya mítica, que deja alguna pista en la letra: “la luna rosa está en camino y ninguno estáis a tanta altura”. ¿No estaremos a la altura? Lo intentamos. 'Place to be', tan melancólica, ya abre el camino de lo que será el disco: unos arpegios precisos y Nick pidiendo “Solo ayúdame, dame un lugar dónde estar”. El tono triste, sigue con 'Road', también maravillosa, y continúa con 'Which Will', para llegar al primer cambio de tono: Con 'Horn', un instrumental de un minuto escaso, se abre el camino para el gran tótem del disco: 'Things Behind the Sun'.
Lo primero que sorprende de ella es su ritmo, que rompe la dinámica más bien suave del disco. Se le ve la pretensión de gran canción, también en la letra, mucho más surrealista y grandiosa de lo que hasta ahora había aparecido, en una segunda persona que te dice “Mira a tu alrededor, encuentras el suelo, no está tan lejos de ti”. Es una canción que pide a gritos unos arreglos grandiosos, pero está bien como está: él sabe como hacerlo. A partir de aquí, el tono cambia, ya es más oscuro, más críptico. La canción que sigue ('Know') con su letra de cuatro versos y con su ritmo marcado y repetitivo, tiene algo de obsesivo. Algo se ha roto, está claro, y 'Parasite' lo confirma: un tono duro, una guitarra que tiene algo de hormigueante, y esa letra terrible, demuestran la sensación de estar entrando en ese mundo del que nos avisaba en la primera canción, y del que quizás no estemos a la altura.
'Free Ride' tiene algo de misterioso ¿a quién se refiere? ¿a quién le dice “veo a través de todas las pinturas que tienes en la pared de toda la gente que vendrá al baile pero escúchame llamándote, ¿no vas a darme un paseo gratis”? Podría ser una canción feliz, pero algo te invita a pensar lo contrario.
La caída que comenzó con 'Things Behind the Sun', llega a su clímax en 'Harvest Breed', de hecho dice, literalmente: “Cayendo rápido y cayendo libre, esto podría ser el fin“, y aun así casi ni te importa, por la belleza de todo el viaje, fuera hacia abajo, hacia arriba, o hacia donde sea, sí es así, pides más.
Y más aún si el final es tan redentor y con tanta belleza como 'From the Morning'.
“Así que mira el espectáculo Las eternas noches de verano Y ve a jugar al juego que aprendiste De la mañana”Así que él mismo se encarga de sacarnos de ahí, de no dejarnos en la deriva que nos metió. Desde luego se hizo duro y no es fácil, pero merece la pena.
Desde luego, un disco que no envejece, al revés, casi va más teniendo más sentido y más fuerza con el paso de los años. Tiene una rara, rara, grandiosidad, que a primera vista parece simplicidad. Es un disco con muchísimas capas y muchas relecturas y a la vez no pierde esa fuerza sentimental. Pura paradoja, vamos. La rareza (y grandeza) de Nick Drake es precisamente esa: es intimista y virtuoso, sencillo de sentir y complejo de comprender, su personalidad es interesante y su música digna de tesis, su música es elegante y a la vez la antítesis de la frialdad… Todas ellas conjunciones que no se dan demasiado.
Fácilmente podemos estar hablando de los mejores y más originales cantautores de la historia. Y el hecho de que hoy día su música no haya perdido nada de vigencia y aún siga siendo un referente obligadísimo, no hace más que confirmarlo.
Más y más Nick Drake:
- Luna Rosa: Página en español: cursi, pero bien llenita de cosas - Wikipedia: No podía faltar la Wiki - Skin Too Few: Documental sobre Nick Drake, en Youtube y en español
En los comentarios, el enlace con el disco con letras traducidas de regalo.
Una base de sintetizadores, un machacón
ritmo 'motorik' y una voz ensoñadora que transmite letras
repetitivas. Con esta simple fórmula, que recuerda a una mezcla
entre Neu! y Broadcast, Pegasvs ha construido un disco muy
interesante que les ha puesto en el disparadero un poco a modo de
hype. Pero aquí a lo que nos enfrentamos es a buenas ideas y a un
pastiche sonoro muy fresco y casi instrumental, transmitido a través de un synthpop que
va creciendo y menguando sucesivamente, a modo de oleaje, por medio de nueve canciones que fluyen como una sola.
Porque en realidad, aunque hay cortes
que destacan indiscutiblemente ('La melodía del afilador', 'El final
de la noche' o 'Hasta el horizonte' son oro puro), el elepé funciona
como una unidad en la que no puedes extraer nada a riesgo de que el
esqueleto se derrumbe. Cada loop, cada verso, cada giro, participan
de un sentido mayor que sólo se termina de entender tras escuchar el
disco repetidamente. Y en ese punto, al estar ya adormecido por
su música, cuando uno entiende que detrás de una sonoridad
iniciáticamente industrial Pegasvs esconde belleza de altos
vuelos.
Digámoslo desde el principio.
'Homenaje a Enrique Morente' es un disco inmenso, de lo mejor que se
ha hecho en los últimos años en España. Jota, Florent, Antonio
Arias y Éric Jiménez, como discípulos que honran al maestro
perdido, han seleccionado temas del repertorio de Morente para
reinventarlos a través de su personal prisma shoegaze-rock
ambiental.
Con estos ingredientes, es evidente que
la espina dorsal del álbum bebe por un lado del 'Omega', disco
capital del que este funciona como una especie de continuación, y
por el otro de los dos últimos dos discos de Los Planetas, que se
reflejan nítidamente en el espejo en canciones como 'Serrana de Pepe
la matrona' o 'Encima de las corrientes'.
Pero este disco es más que los
Planetas y Antonio Arias (qué personalidad desprende su voz en cada
palabra que entona, qué Lagartija Nick es 'En un sueño viniste')
repensando 'Omega'. El mencionado y característico primer tramo del
elepé se trunca hacia el ecuador, cuando llegan tres canciones que
modifican la paleta estilística. 'Recordando a mi madre', 'Yo, poeta
decadente' y 'La Estrella', con Carmen Linares y Soleá Morente,
consiguen que hasta personas sin los rudimentos más básicos de
flamenco como yo quedemos asfixiados ante tanta inmensidad.
Tras esta exhibición de sentimiento,
el álbum se cierra con un grupo de canciones algo más poperas, como
'Alegrías de Enrique' o 'Donde pones el alma', que funcionan como
una llave de esperanza. Qué disco.
Jose Mourinho - 3 votos, 4%
Iván Campo - 1 voto, 1%
En Cierraelmaletero, la luz arrojada por nuestra última encuesta nos deja sumidos en la ambivalencia: por un lado, derrochamos alborozo por los cuatro costados de la redacción (?), pues por fin, tras todos estos años, y tantos y tantos méritos acumulados que ni sus padres, ni sus profesores han sabido reconocer y apreciar, después de esa larga travesía por el desierto de los iconos pop del underground, Choni, nuestro Choni, se alza hasta el lugar que le corresponde. Ahora sí que se van a enterar todas esas afortunadas jovencitas de ahí fuera de con quién se están jugando los cuartos.
Pero por otra parte, la competición sólo lo fue en teoría, porque nada pudieron hacer el resto de participantes ante el huracán de Carballedo (cuando Choni tenga su propia página de Wikipedia, los no iniciados descubrirán que de allí procede nuestro héroe), lo cual sin duda ha sido un fallo de planificación por parte de nuestras cabezas pensantes, pues es obvio que una liga formada por un combinado mundial de estrellas y cuatro o cinco equipos de segunda b actuará siempre en detrimento del espectáculo.
Sea como fuere, no hay lugar ya para hablar del segundo puesto de El Greco, de la modesta tercera plaza de Beyoncé o del descalabro de Mou. A día de hoy, el jazz que bailan nuestros pies viene tocado por Choni, nuestro Choni.
En su disco debut (2008), Templeton
ofreció un interesante cóctel en el que había espacio para
trallazos imparables, coqueteos con Los Planetas, armonías vocales rollo 60' e
interesantes aproximaciones al slowcore ('Marcha Nupcial' o 'Una cosa
es lo que ocurre'). Ahora toca reválida, y el grupo ha optado por
homogeneizar el sonido, decantándose hacia el pop
sesentero. Con esto puede que el disco sea conceptualmente más
sólido, pero se pierde un punto de encanto e interés. De todas
formas el talento está ahí, y 'El murmullo' es un buen disco, con
cortes notables como 'Sabe mejor', 'La semilla del diablo' o 'Entre
los sicomoros'.
The Delgados / 'Hate' - 9,75
Sólo por haberse puesto el nombre en
referencia a Perico, The Delgados ya conquistan. Pero es que además
tienen elepés redondos como 'The Great Eastern' o este 'Hate', en el que
alcanzan sus mejores momentos en canciones pop tan excelsas como 'Coming in from the the cold', 'Woke from Dreaming' o 'All you need is
hate'. En un ejercicio de clasicismo, el grupo escocés consigue
mezclar cercanía y majestuosidad para ofrecer un disco emblemático.
Atlas Sound / Parallax- 9
En paralelo a la consolidación en la élite de
Deerhunter, Bradford Cox va aumentando poco a poco la
repercusión de Atlas Sound, su proyecto unipersonal. Si 'Logos'
(2009) había concretado el dream-pop espacial que se esbozaba en 'Let the blind lead those who can see but cannot
feel' (2008), en 'Parallax' encontramos un sonido más próximo
(proceso parecido al que le sucede en su banda), que termina conformando un disco
brillante, con múltiples matices, en el que Cox demuestra que hasta
funciona en las baladas. Uno de los mejores discos del 2011.
I. Campbell & M. Lanegan / 'Ballad of the...' - 8
Isobel Campbell es grande. Bien lo saben en Belle & Sebastian, que no reluce igual desde su marcha en 2002, y bien lo reconoce cualquiera que haya seguido su carrera alejada de la banda de Glasgow. Sus dos referencias con The Gentles Waves molan, sus dos discos en solitario molan mucho y los tres elepés en los que cuenta con la colaboración de Mark Lanegan en las voces (y alguna composición ocasional) se sitúan para mí entre lo más destacado entre los discos de duetos. Este 'Ballad of the Broken Seas' (2006) fue el primero, en el que Campbell ya muestra el manual que se prolongará con pequeños matices en 'Sunday at Devil dirt' (2008) y 'Hawk' (2010): un majestuoso recorrido por la tradición americana, con excelentes arreglos, y en el que el contraste entre su preciosa voz y los oscuros tonos de Lanegan enamoran.
Para mí, en España nadie habla del
amor mejor que La Buena Vida. Detrás de su discografía se esconde,
además de canciones excepcionales, una guía de instrucciones
perfecta para sobrellevar la vida con su cupo de alegrías y
decepciones. Siempre con los pies puestos sobre la cotidianeidad y
los pequeños momentos, el grupo donostiarra consiguió como pocos
plasmar con emoción sentimientos intangibles, comunes a todos sus
oyentes, y que alimentan una empatía infinita hacia su discografía.
.'Soidemersol' (1997): Con este disco,
LBV dejó atrás su notable primera etapa en la que habían merodeado
el twee-pop e indie-pop (cercano a Family o Aventuras de Kirlian) en referencias
como su LP homónimo (1993) o el EP 'Mira a tu alrededor' para
adentrarse finalmente en el pop adulto. Se finiquitan los
característicos parapapás (el
cambio ya se anunciaba en el EP 'Magnesia') y se construye un
sonido elegante muy orquestado, en el que las cuerdas lucen en
canciones como 'Matinée' o 'Verano'. El discurso que haría grande
al grupo ya lo encontramos aquí en cortes que desarman.
.'Hallelujah' (2001): Uno de mis discos
favoritos, y seguro uno de los más tristes que conozco. Escuchar
'Qué nos va a pasar' en un mal momento sentimental son lágrimas
aseguradas, y lo peor es que hay muchísima más tragedia: 'Después
de todo', 'Trigo limpio', 'Vapor de carga'... la belleza de lo triste luce
perfecta aquí.
. 'Álbum' (2003): No hay demasiados
cambios (para qué) en el rumbo de LBV. En 'Álbum' encontramos lo de siempre, las historias de nuestra rutina a las
que somos incapaces de poner letra. 'Nada debería fallar',
'hh:mm:ss' (increíble) o 'Lo que dicte el corazón' brillan en un
disco que tuvo como single la mítica 'Los Planetas', con
colaboración incluída de Jota (después Irantzu Valencia devolvería
el favor en 'Y además es imposible').
Y hay mucho más, claro. 'Panorama' (1999)
y 'Vidania' (2006) son dos discos mayúsculos, que terminan de cerrar
un intensísimo conjunto de canciones preciosas, que consiguen
trascender a través de un aura de atemporalidad que rodeará para
siempre a La Buena Vida.
Tras pasar varios años sin verse, un
grupo de amigos se reúnen en una mansión inglesa para pasar juntos
la Nochevieja.
Bajo este argumento, y apoyado en un
lúcido guión y en las magníficas interpretaciones de los Stephen
Fry, Emma Thompson, Imelda Staunton o Hugh Laurie; Kenneth Branagh
ofrece una visión universal del paso a la madurez, y de cómo esta
destruye la mayoría de los sueños. Es sencillo identificarse con
esos antiguos colegas y proyectar en ellos la incertidumbre de cómo
será nuestra vida cuando entremos en la treintena. ¿Podré mantener a mis amigos? ¿Les pareceré un capullo a todos? ¿Estaré
casado y aburrido?
Preguntas cotidianas en las que
'Peter's Friends' ahonda a la perfección, dentro de una sorprendente
cercanía (ayudada por una dirección casi teatral y una nostálgica BSO muy ochentera) que otorga a la película una (falsa) sensación
de levedad que le permite caminar por senderos profundos sin caer ni
en el dramatismo cargante ni en la superficialidad.
¿Edulcorante? Puede que en algún
momento, pero creo que justo esa carga emocional ayuda a terminar de
cerrar el círculo de una película que consigue comunicar una
apreciable sensación de melancolía. Y la lagrimita al final cae,
para qué engañarnos.
Con tres discos en solitario a su
espalda, Gruff Rhys (líder de los indispensables Super Furry Animals)
tiene sobrado material para realizar un concierto de altura. Pero por encima de todo ha demostrado siempre una personalidad musical
arrolladora, que lo ha llevado a dotar a sus proyectos de un aura
diferente. El viernes pasado en el Torgal demostró ambas cosas.
Canciones únicas y un autor que se proyecta por encima de su obra
para tener al público embelesado desde el primer minuto.
Arrancó tranquilo, mostrando su cara
más melancólica, acompañado tan sólo por cachivaches psicodélicos
y un tocadiscos en el que se reproducían sonidos de la naturaleza.
Pero Rhys es un tipo de acción, y pronto se observó que el concierto
terminaría deslizándose por otros derroteros, directo hacia una realidad repleta de surrealismo y diversión. Juguetes usados como
instrumentos, anécdotas personales, una canción de cabreros
interpretada una y otra vez con el público girando a su alrededor, pancartas en castellano, el suelo aporreado con los pies... Hasta los problemas técnicos se pusieron a favor de la mística,
provocando que el músico galés terminase entre el público cerrando
guitarra en mano con 'Hello Sunshine'. No es extraño que las
sonrisas ganasen por unanimidad en la vuelta a la ciudad.