Al igual que en Hierro 3 (otra que también recomiendo), el ritmo pausado y el prácticamente innecesario uso del diálogo, la búsqueda de hallar profundidad en sus personajes y el simbolismo son la firma de un director que, con 33 años y sin haber recibido formación técnica como cineasta, realiza un cine profundamente personal y simbólico, un cine que casi podría ser escandinavo, por mucho que venga de Asia.Primavera, verano... narra la historia de un monje budista y su pequeño discípulo, apenas un niño al inicio de la cinta, y el transcurrir de sus días en una cabaña aislada en las montañas. Con el paso del tiempo (y lógicamente, de las estaciones), este niño se irá convirtiendo en un hombre, e irá descubriendo por sí mismo cuál es el peso de la vida, olvidando lecciones importantes por el camino, y aprendiendo otras nuevas, convertido en el rostro del ciclo vital en el que todos estamos inmersos.
Finalmente, una vez que el tiempo ha puesto a cada uno en su lugar, el ciclo, ya lo avisa su título, volverá a empezar. Es la historia de siempre, es la vida, al fin y al cabo.
Ahí le va el 7,25
Escenaza: Cuando, al principio, el discípulo tiene sus escasos ocho años, se dedica a atarles piedras a ranas, peces y serpientes. El escarmiento de su maestro, aunque quizás algo previsible, es magistral. En el vídeo está la escena.
Consumir preferentemente: Con la siesta echada y sin prisas. Este tipo de cine, no tiene por qué gustarle a todo el mundo, pero, como todo, si se le ponen ganas acaba por merecer la pena. En Cierraelmaletero (casi) nunca hay trapalladas.



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